Educar en la Afectividad sana

Por: Mavis Suárez

Es muy fácil juzgar a los padres, es habitual en consulta escuchar a parejas, reprochándome la falta de muestras de afecto en familias: “Eres así porque tu madre no te enseño”, “Sé que en tu casa no te daban cariño”, “Cuando yo tenía ganas de llorar mi padre me decía los hombres no lloran”.

Me parece un tema interesante para debatir… 

Las personas somos seres afectivos por naturaleza.

Nacemos inmersos en una sociedad y desde el nacimiento establecemos vínculos y lazos afectivos con nuestros congéneres. Los afectos, por lo tanto, son algo inherente a las personas, forman parte de nosotros.

A pesar de que los afectos impregnan nuestras conductas y pensamientos y nos hacen experimentar multitud de emociones, suelen dejarse de lado a la hora de la educación e incluso en nuestro día a día. Ocultamos nuestros afectos, reducimos sus muestras y reprimimos las sensaciones afectivas, creando una mezcla difícil y extraña, que es difícil de definir.

Educar en el afecto es una necesidad, se trata de hacer a los niños conscientes de sus sensaciones afectivas, del cariño, del amor. Educar en el afecto consiste en poner nombre a esas emociones, de entender nuestros vínculos y relaciones más íntimas, de saber cómo nos afectan, y de ser capaces de expresar y recibir ese afecto sin miedo. Educar en el afecto, se basa en educar para no depender, para tener afecto a los demás y tenerlo a uno mismo.

En la educación del afecto hay que evitar dos extremos: “el amor desmedido” y “la educación excesivamente rígida”. El desarrollo armónico y el afecto equilibrado esta en contra tanto del «amor desmedido» propio de una educación paternalista y consentida, como de la crianza autoritaria de los padres excesivamente severos.

Cuando los padres son muy indulgentes y mimosos agobian a sus hijos con el regalo de excesivos caprichos o con demasiado cariño. Esta actuación hace que el niño se acostumbre a la idea de que siempre debe de ser así y no aprenderá jamás a esforzarse por algo que le cueste el más mínimo esfuerzo.

En efecto, el niño “mimoso”, encontrará serios problemas para su inserción en la escuela y en la relación con los “iguales”, ya que sin el desarrollo de unas pautas sociales de convivencia y de comportamiento, que no han sido enseñadas por sus padres, se encontrará desamparado y no podrá enfrentarse a los conflictos de la comunidad escolar. No encontrará el lugar de privilegio del que ha disfrutado en el seno familiar. 

La actitud contraria, la de los padres excesivamente rígidos y severos, con el pretexto de que sus hijos deben acostumbrarse a las dificultades y la dureza de la vida, son “duros” e impositivos, sin concesiones y sin afecto. Esta postura tampoco parece ser la orientación más adecuada, porque privamos a los niños de la posibilidad de descubrir la afectividad y la ternura  (que sí existen), y a la larga, de aprender a amar.

Los niños necesitan muestras de afecto, necesitan percibir que los queremos y tener la seguridad de ese cariño.

Claves para educar en el afecto.

  • Emplea las muestras de afecto.
  • No reprimas las muestras de afecto de los niños, ni tampoco presiones las mismas. En ocasiones les obligamos a dar un beso y en otras ocasiones les reñimos porque no es el lugar adecuado para eso.
  • No te limites sólo a los gestos, acompaña los gestos de palabras, pon nombre a ese afecto. 
  • Ayuda al niño a identificar las diferentes emociones asociadas a sus afectos. 

Edúcalos para que no se avergüencen de sentir afecto o de decir te quiero.

La familia es el lugar donde la personalidad del niño crece y se desarrolla armónicamente, si las circunstancias familiares y ambientales están equilibradas. ¿Qué pasará cuando alcancen la etapa de la adolescencia? Veámoslo más adelante… 

Un abrazo terapéutico 

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